jueves, 28 de julio de 2011

LA ARROGANCIA DEFENSIVA DEL SEÑOR GONZALEZ Por Inés A. D’Argenio

Hace un tiempo me permití reflexionar en este mismo blog acerca de la opción que, en términos muy estrictos, planteaba el señor González, director de la Biblioteca Nacional: o se es nacional y popular o se es liberal y republicano. Advertí entonces, sobre la base de lectura de autores que muestran la presencia de un nuevo proceso social en el que la “multitud” se transforma en sujeto político (1), que la opción planteada lo era con ignorancia de ese nuevo proceso social y circunscripta al marco retardatario de una concepción autoritaria en el que ambos extremos de la opción que propicia suponen la presencia de una sociedad heterónoma a la que se dirige desde ámbitos extrasociales para orientarla en la búsqueda de su felicidad colectiva. Hoy, pasados varios meses, confirmamos que esa es la posición del señor González quien además, ahora de manera explícita, estatuye a los intelectuales como hacedores de esa fuente extrasocial de felicidad colectiva.
Cornelius Castoriadis escribe acerca de “Los intelectuales y la historia” en otoño de 1988 (2), aclarando que entiende por historia no solo la historia acabada sino también la que se está produciendo. Afirma que nunca le gustó el término intelectual por la arrogancia miserable y defensiva que implica y propone tomar en cuenta para una discusión sobre el tema a “aquellos que, sea cual fuere su oficio, trataran de superar su esfera de especialización y se interesasen activamente en lo que sucede en la sociedad” (3) lo que equivale a la definición misma del ciudadano democrático, cualquiera sea su ocupación (4). Entonces Castoriadis comienza sus observaciones implicando a quienes por el uso de la palabra y la formulación explícita de ideas generales, tratan de influir en la evolución de su sociedad y en el curso de la historia (como fuente extrasocial de felicidad colectiva), ignorando que en el nuevo proceso social es la gran mayoría de los hombres y de las mujeres viviendo en sociedad quienes son la fuente de la creación, depositarios principales del imaginario instituyente y quienes deben convertirse en sujetos activos de la política explícita. En Grecia – dice – el filósofo fue un ciudadano como todos y el último en esa línea fue Sócrates, un ciudadano que discute con todos sus conciudadanos en el ágora. Platón inaugura la era de los filósofos que se alejan de la ciudad y que, erigidos en poseedores de la verdad, quieren dictarle leyes en pleno desconocimiento de la creatividad instituyente del pueblo. Luego, explica Castoriadis, comienza la etapa más deplorable de la actividad de los intelectuales: la legitimación de los poderes existentes, que logra colocar a la filosofía – nacida como parte integral de la puesta en tela de juicio del orden establecido – al servicio de la conservación del orden (5). Y concluye: solo saldremos de la perversión que ha caracterizado el lugar de los intelectuales si el intelectual vuelve a ser un verdadero ciudadano; para ello, el “intelectual” deberá reconocer que “la historia es el dominio en el que se despliega la creatividad de todos, sabios y analfabetos, de una humanidad en la que él mismo no es más que un átomo”.
El menoscabo inferido por el señor González (6) a un sector de la sociedad que en los comicios de Santa Fe votó a un ciudadano que tiene el oficio habitual de actor cómico, es un agravio inaceptable para todos los ciudadanos. Más que inaceptable. Nacido de una arrogancia miserable, debiera ser rechazado expresamente por cada uno de nosotros, únicos depositarios del imaginario instituyente.
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1 Por ejemplo, Antonio Negri, con sustento en Spinoza, en “La fábrica de porcelana. Una nueva gramática de la política”, Paidos, 2008, escrito a partir de un seminario desarrollado en París entre 2004 y 2005
2 El artículo es publicado con otros en “El mundo fragmentado” editado en La Plata por Caronte Filosofía en el año 2008
3 Por ejemplo, y según sus propios dichos en un reportaje reciente en Revista La Nación, una actriz de nombre Florencia Peña cuya incorporación al “proceso nacional y popular” entusiasma a los intelectuales como el señor González.
4 Obra citada, página 78.
5 En página 83 alude a una expresión de Sartre: “Ustedes no pueden discutir los actos de Stalin, ya que él es el único que posee las informaciones que los motivan”, como ejemplo más instructivo de la “autorridiculización del intelectual”.
6 Entre el grupo de intelectuales que comparten por escrito sus ideas en “cartas abiertas”. He escuchado a uno de ellos decir: “La gente está en su derecho de votar como quiera, pero…”, concluyo la frase: cuando vota mal nosotros, los intelectuales, somos los encargados de hacerles saber que esa elección no es la correcta.